viernes, 31 de octubre de 2008

Hechas para caminar.


Nadie al mirar esta imagen dudará que sirven para andar.

Aunque estén incompletas, sus atributos nos hablan por si mismos y no es difícil imaginarse lo que no se ve.

Si pensamos en nuestro cuerpo por un momento y nos alejamos de él unos pocos metros, encontraremos unos miembros que nos dirán muchas cosas. Evidentemente son demasiadas, pero si nos quedamos con las sensibles, encontraremos a un ser recubierto por una agradable, fina y delicada piel, y escondido, a un cerebro que resolverá todos esas sensaciones del tacto si le dejamos. Un cuerpo que acariciar (nuestro cuerpo), unas manos para estrechar (nuestras manos), unos dedos que cosquillear (nuestros dedos), unas orejas que morder o recorrer (¡las nuestras!), unos labios que besar (los nuest…), una espalda en la que refugiarse o entibiarse, una curva aquí, un volumen allá… mucha piel para dejarla sin sangre y sin afecto.


Reparando en nuestro cuerpo, se me ocurre que sería difícil imaginarlo sin todos esas particularidades. Como esas botas que encontré en la masía, que sirvieron para andar, nuestro cuerpo, esta hecho para la delicia, ahora y hasta que deje de estremecerse.

Solos o en compañía nos pide que le dediquemos tiempo, que le hagamos regalitos y que le demos calorcito.

Vinimos aquí para disfrutar y hacer disfrutar y tenemos mucha piel para acariciar y compartir la dicha de palpitar, de emocionarnos, de llorar y de sangrar también, también de sangrar.


Muchos besos y achuchones.

E.




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